Referencia:
Pereira Sánchez A, Pereira Martínez de Abaria A, Ruíz
De la Cuesta Cascajares JM. Técnicas de Autopsia Judicial en Obstetricia.
Estudio Médico Forense del Aborto. Rev Esp Med Leg 1996; XX(76-77):
29-46.
Autores:
Augusto Pereira Sánchez*.
Doctor en Medicina y Cirugía. Colaborador de la Universidad Complutense
de Madrid.
Augusto Pereira Martínez de Abaria.
Profesor Emérito. Universidad Complutense de Madrid. Médico
Forense Jubilado.
José María Ruiz De la Cuesta Cascajares.
Profesor Titular de Toxicología y Legislación Sanitaria.
Escuela de Medicina Legal.
Correspondencia:
Clínica
Covarrubias, 9, Bajo Derecha.
28010 Madrid (España)
RESUMEN: Se hace una reseña histórica de la introducción
en España de la autopsia judicial. Se describen las técnicas
más usuales, haciendo un estudio más detenido de la autopsia
ginecológica. Se plantea el problema de saber si en una mujer que
niega su embarazo, se puede afirmar por signos clínicos o analíticos
si estuvo embarazada, así como el tiempo aproximado de su gestación.
Se inicia el estudio del aborto provocado. Hubo un 8,37% de muertes por
intoxicaciones y un 2,23% por hemorragias agudas. Los abortos intencionales
producen mayor siniestrabilidad a medida que la edad gestacional sobrepasa
el tercer mes. Se revisan los métodos actuales de provocación
de abortos, citando las antiguas patologías abortivas que aun hoy
en día se siguen viendo, dedicando especial atención a las
perforaciones uterinas con o sin lesión intestinal, abortos sépticos,
hemorragias agudas, embolias sépticas, gaseosas o de líquido
amniótico, infartos uterinos o placentarios, etc.
ABSTRACT: A brief historical outiline of the introduction
in Spain of the judicial autopsy is made. The more usual thecnics which
are the french and the german ones, are described in it; we also make a
thorougher study of the ginecological autopsy, which is a modification
of the french thecnics. he problem to be faced is to find out if when a
woman denies her pregnancy it can be stated by clinic or analytic signs,
that she has been pregnant, as well as the approximate time of her pregnancy.
The study of the provoked abortion begins with a wide and old statistic
on the causes of abortive deanth, which represents the study of 31.698
Obstetrics cases in which a 21.26% of the cases were abortions, with an
abortive mortality of the 2,57%, beeing infection and perforation of the
utero and inyestines the most frequent causes. There were a 8,37% deaths
by intoxication and a 2,23% by acute hemorrage. The intentional abortions
produce a grater death rate as the gestation age surpasses the 3rd. month
of pregnancy. We will revew the usual methods of abortion provoking which
are in use today and the old abortive patologies, which actually seen are
mentioned, a special attention is given to uterine perforation with or
without intestine dammage, septical abortions, acute hemorrages, embolism
septic, heart atack, etc.
Ilustración 1. Incisión (línea de puntos) en la autopsia según la técnica francesa.
Ilustración 2. Incisiones perivaginoanales.
Ilustración 3. Tejidos resecables.
Ilustración 4. Esquema de la sinfisiotomía.
Ilustración 5. Perforación uterina con pinzas Winter, con pellizcamiento y prolapso del intestino delgado. El útero está abierto "in situ".
Ilustración 6. Perforación de un útero en anteversión forzada.
Ilustración 7. Perforación de un útero en reversión forzada.
- [ Sumario
]
Referencia:
Royo-Villanova Morales R. El Divismo pericial en Medicina Forense. Rev Esp Med Leg 1996; XX(76-77): 11-15.
Autor:
Ricardo Royo-Villanova Morales.
Catedrático de Medicina Legal. Director de la Escuela de Medicina
Legal de Madrid. Médico Forense.
Ponencia leída en el II Congreso de Medicina Legal celebrado en
Barcelona del 3 al 7 de octubre de 1.961. Publicada en Anales de Medicina
Forense de la Asociación Nacional de Médicos Forenses1963:
27-30.
El fenómeno, síntoma, síndrome o enfermedad propiamente
médico-forense que, en el campo de la Deontología médico-legal,
podríamos designar con la expresión "aria pericial del
yo", tiene su etiología y su secreto en las discrepancias,
contradicciones, disputas, intransigencias, incompatibilidades intelectuales,
que siguen siendo frecuentes, bastante frecuentes, entre los científicos,
sobre todo cuando actúan ante el público profano, y en especial,
en nuestro caso, ante los tribunales de la Administración de Justicia.
No suele ser verdad en este terreno, en estas actuaciones, eso de que es
de sabios cambiar de opinión. Antes bien, es cosa corriente que
cada experto, cada perito, principalmente cuando se trata de médicos,
permanezca tercamente aferrado al concepto o juicio que se ha formado del
asunto, haciendo oído de mercader a los de los otros, si difieren,
si no coinciden con los suyos. Cuando esto ocurre en el foro, constituye
ese número del espectáculo judicial que podríamos,
que nos atrevemos a llamar, según acabamos de decir, el aria pericial
del yo.
Cuando esto ocurre en todas las cuestiones médico-legales, es sobre
todo en materia de psicopatología forense en la que todos los días
se desarrollan ante las autoridades y tribunales competentes vistosos combates,
apasionados debates entre la ciencia psiquiátrica de la defensa
y la ciencia psiquiátrica de la acusación, las cuales, aun
desde el punto de vista médico, rigurosamente científico,
no encuentran muchas dificultades para contradecirse mutuamente, para sostener,
incluso, tesis diferentes, y hasta contrarias, opuestas. No es cosa frecuente
que los peritos de una y otra parte lleguen a las mismas conclusiones,
y no pocas veces ni siquiera compatibles.
Cierto que debería haber entre los expertos de una y otra parte
una cierta colaboración. Pero cuando existe sólo es teórica,
y si se da en la práctica, no suele ser más que aparente
y un tanto ingenua, sobre todo cuando se trata de actuaciones de superperitos,
que se cree cada uno más sabio que el otro, más sabio que
nadie, que se considera cada cual superior, infinitamente superior a sus
compañeros más modestos, que se estima más distinguido,
más capacitado, de más altura, de más elevada calidad
que los demás, mejor que el simple perito, que el mero funcionario
técnico. Lo que resplandece en sus dictámenes, en sus modos
y maneras de informar es su egotismo, su afán de poner en primer
plano su persona, de derramar a ultranza su personalidad sobre todo y sobre
todos.
Nada tiene de extraño, nada de particular tiene, según está
montada la decrépita, la agonizante sociedad de nuestro tiempo,
en todos los terrenos de la vida, aún en los estrictamente intelectuales,
que a poco que nos detengamos a observar lo que ocurre en ella, al punto
comprobemos cómo dominan la deshonesta emulación, la pugna,
la egolatría, el combate incruento pero reprobable, para mostrar
cada uno, en sus relaciones de coexistencia y convivencia, que es mejor,
más inteligente, más sabio que los otros, con más
talento, que merece el puesto primero, el lugar preeminente.
Al igual que en otros campos del arte y de la ciencia de curar, ocurre
en el campo pericial de la medicina algo parecido a lo que sucede en la
antigua literatura pastoril de los tiempos clásicos, según
hace notar Ramón Pérez de Ayala: tantas veces como no es
uno, sino dos los pastores que cantan, cada cual entona por separado su
monólogo lírico, con vehemencia creciente y sin querer escuchar
al otro, en una manera heroica de competencia y concepto, como dos ruiseñores
enamorados que van exaltando el trino, enardecidos por ahogar la voz del
é mulo.
Sólo se deja oír en la infinita naturaleza pasiva su aria
del yo. Y el uno, aunque oye al otro, no le escucha, no le entiende, no
quiere entenderle, ni ninguno de los dos se entiende a sí mismo.
Tal sucedería con el tono de algunos de los informes a que nos referimos,
lo cual hace que, algunas veces, lo que se oye ante los tribunales cuando
informamos nosotros, los médicos, más que la voz de la ciencia
sea el ruido de la ciencia en el fragor de las competiciones periciales.
Ello obedecería, según la expresión del Crapin y Pende,
a una especie de egorragia o hemorragia del yo.
De otra parte, la adulación y el halago hipócritas, interesados,
bajos, que tantos y tantos ídolos han levantado y mantienen en todo
y para todo, son plantas de todos los tiempos, de todas las latitudes,
de las mentes y corazones de todos los hombres, en especial de los egorrágicos.
Pues bien, en las actividades y actuaciones de que hablamos, como en cualquier
otra, hay divos encopetados que, ante el público, viven pendientes
de sus aplausos, de su lisonja, como si fuera una claque, por desatinadas,
ridículas, mezquinas que sean tales expresiones, pero no por eso
dejan de ser agradables. Subidos en el pedestal de su engañosa gloria,
corrompidos en él, sostenidos por pies de barro, viven con plena
entrega al exhibicionismo, en la continua avidez y desazón de su
aparatoso orgullo, de su espectacular vanidad.
Con ánimo ávido y encendido, deseosos de sobresalir, de descollar,
viven estos peritos, estos superperitos, víctimas de su alocada
soberbia, carga más que aureola de las pequeñas grandezas
humanas, que exige una continua tensión del espíritu y esfuerzos
cotidianos para superar a los demás. Esta egorragia, achaque frecuente,
muy extendido, exclusivo de los seres humanos, lo sería especialmente
entre los doctos, dado que el orgullo, casi inseparable de la sabiduría
humana, constituye la mayor pesadumbre, el más terrible enemigo
del sabio, su más grave pecado. Los sabios a que nos referimos,
vanamente orgullosos de su insegura y pobre ciencia, ávidos de honores
y alabanzas, engreídos por la reputación de que gozan en
la boca de los aduladores, solo se interesan por las vanas apariencias.
Lo que les importa es la reverencia de los demás y no la crítica
de los entendidos. Los honores espectaculares más que la verdadera
estimación de las inteligencias honestas; las alabanzas de los simples,
aunque sean exageradas, aunque suenen a hueco, aunque sean falsas, más
que la consideración de los verdaderos sabios.
Así viven y existen no pocas personas de las que hablamos, gracias
a los latidos de su vanidad y soberbia, por la presión y los golpes
de su egorragia. De esta guisa, el egorrágico se va debilitando,
se va agotando, va consumiendo sus energías vitales, se va inmolando
en el servicio egoísta de sí mismo. Con jactanciosa pedantería
y arrogancia, no cesa de discutir, de pretender demostrar, de querer llevar
con desmedido afán al convencimiento de los que le oyen, escuchan
o leen, que su razón es la única que ha de tenerse en cuenta,
con exclusión poco menos que radical de las de los demás.
Sobre todo, quiere llevar su razón al convencimiento de los que
considera están por debajo de él, que tiene por inferiores,
que contempla muy alejados de su nivel intelectual, que mira con soberano
y olímpico desdén.
Y es que vencer con el poder de su talento, superar el ingenio ajeno con
el propio, derrotar la sabiduría de otros, quedar por encima del
saber de los demás, convencer a todos, es uno de los mayores gozos
y placeres de la inteligencia, un tanto desordenados con bastante frecuencia,
sobre todo cuando la dialéctica de las personas en cuestión,
con incontenible egorragia al despilfarro, a la proclamación absoluta,
intolerable, de su yo omnipotente. Lo mismo puede ocurrir con el extremo
al parecer opuesto, es decir, con su silencio, con su mutismo, ya que al
igual que hay hemorragias internas, hay también egorragias internas,
nacidas en invisibles, ocultas, profundas heridas de la mente, del psiquismo,
de la conciencia, del alma.
Dominantes, acentuados en ellos esos defectos, tan humanos, tan comunes
entre los hombres, como son la envidia, el resentimiento, el espíritu
de revancha, la vanidosa presuncióón, todo su afán
se centra y concentra en ponerse por encima de los demás, en abrumarles
con su ambición de dominio y de lucro, ambiciones a menudo fundadas
sobre el engaño y el fraude, sobre el embuste y la mentira. De aquí
que no tengan más preocupación que la de discrepar y disputar,
la de la discrepancia y disputa a toda costa no reparando en nada para
manifestarlas, echando mano de todo para él, renunciando incluso
a la sinceridad y a la verdad, fingiendo convicciones que no tienen, poniendo,
si es necesario, su saber, su ingenio, su talento, al servicio del engaño,
del error, de la mentira, unas veces sin saberlo, otras sabiéndolo.
No negamos que el perito de una de las partes pueda tener razón,
su porción, su parte de verdad, y entonces su egorragia puede ser
hasta cierto punto natural y saludable, como ocurre con ciertos flujos
normales, fisiológicos. Lo malo está en que pretenda desoír,
en que no quiera admitir la porción de verdad, la parte de razón
que pueda tener el perito de la otra parte. Es frecuente que, por falsos
motivos o pretextos de prestigio, el superperito, en su desatada, en su
irrefrenable egorragia, no consienta en rectificar el error, la equivocación,
el desliz en que haya podido incurrir, por más que se lo hagan ver
otros peritos, por evidente y manifiesto que se presente ante sus ojos,
incluso los físicos de la carne. Encastillado en ellos con mal humor,
a veces pasional, hasta explosivo, e incluso con gestos de excomunión
científica hacia los discrepantes que se atreven a contradecirle,
permanece firme en sus trece, sin moderación, sin cortesía,
sin la más elemental consideración hacia los que sostienen
opiniones distintas, diferentes, diversas de las suyas, y no digamos si
contrarios u opuestos, aunque tengan su tanto de verdad y razón.
Tal es su fatuidad, su pedantesca sofistería, tal su ignorancia
sustancial de la prueba pericial, que no pueden, no aciertan a comprender
como la verdad y la razón les puede ser negada. Es tal su delirante
presunción, tal su insensata certidumbre, tan carentes están
de la más elemental prudencia (factor esencial en los informes periciales),
que creen es la propia verdad la que habla por su boca y por su pluma,
que son el vehículo, el canal, el instrumento imprescindible de
la verdad, y aun la verdad misma. Su orgullo es más poderoso que
su ingenio, más fuerte que su talento, más tenaz que su trabajo,
que su estudio, que sus dotes de observación, que sus facultades
de investigación, de indagación, de invención.
De aquí la merma de autoridad de algunos informes y dictámenes
periciales en el campo de la medicina legal, sobre todo en el de la psicopatología
forense, tan llenos a veces, al parecer, de caótica charlatanería,
de abusiva retórica, de filosofía barata, de literatura tópica,
de ramplona música de fondo, de lugares comunes, objeto constante
de tantas y tantas críticas, más o menos fundadas, pero justificadas
por las circunstancias y situaciones que hemos señalado, y otras
muchas no sólo de parte de juristas, criminalistas, letrados, sino
también de biólogos, antropólogos, psicólogos
y hasta de psicopatólólogos judiciales, de psiquiatras forenses,
de médicos legistas, de médicos forenses.
- [ Sumario
]
Referencia:
Villanueva A. Importancia de la participación del Médico Forense en la
Inspección ocular judicial. Rev Esp Med Leg 1996;
XX(76-77): 7-10.
Autor:
A. Villanueva Pelayo.
Médico Forense de Castellón.
Este artículo se publicó por primera vez en: Revista de
Medicina Legal 1953 Sep-Oct, VIII(90-91): 455-458.
Ante el requerimiento que nos hace nuestro respetado maestro y gran Forense,
Dr. Pérez de Petinto, de quien guardamos los mejores recuerdos,
en primer término como juez competentísimo y justo de nuestras
inolvidables oposiciones en 1935; y, posteriormente, ya unidos por la íntima
amistad a que nos ha conducido nuestro común entusiasmo por el engrandecimiento
de nuestro Cuerpo, que ha hecho que coincidamos en toda serie de Congresos
y Asambleas, en donde tuviera algo que hacer el Cuerpo Médico Forense;
él, como figura indiscutible y nosotros fieles herederos del entusiasmo
que por el mismo tuviera nuestro padre, hoy achacoso y enfermo. No podemos
por menos de atender su ruego, que en extremo nos honra y aportar este
modestísimo trabajo para "Anales", nota de un caso determinado,
donde resalta la importancia de la función Médico Forense
en la Instrucción del sumario, así como la transcendencia
de la inspección ocular; y lo que puede resolver la detenida observación
de cualquier detalle aparecido en el cadáver y, una vez cumplido
este deber, que pudiéramos llamar de protocolo y de afecto, vamos
a la exposición del caso:
Se nos ordena por el Juzgado, la práctica de la autopsia de X.X.
que en el momento de la misma está sin identificar, se trata de
una mujer de unos 60 años, aparecida en una de las acequias que
riegan la huerta que circunda la Ciudad (hemos de hacer constar que por
nuestras obligaciones profesionales no pudimos, por ausencia, asistir al
levantamiento del cadáver). Así que nuestra primera relación
con el asunto la tenemos en el Depósito, encontrándonos con
el cadáver de una mujer vestida corrientemente, con vestidos negros,
empapados de agua, en estado de integridad, llenos de barro, pero sin que
en los mismos se aprecie el más mínimo desgarro.
RECONOCIMIENTO EXTERNO:
Se aprecia en la región frontal derecha una herida contusa con caracteres
vitales, bordes sangrantes y coloreados, permitiendo, a través de
la herida apreciar la fractura del frontal. Siguiendo nuestra detenida
observación podemos ver, en la cara externa del muslo derecho, una
huella en la piel, idéntica a las dejadas por los martillos de los
canteros en las piedras que labran, esta huella parece hecha como en pergamino,
sin que tenga la menor equimosis y con todos los caracteres de haberse
producido post-mortem.
Se aprecia, además, la fractura de ambos brazos en su tercio medio,
de las segunda, tercera, cuarta y quinta costilla izquierdas; así
como también la fractura de ambos muslos por su tercio medio. A
nivel topográfico de todas estas fracturas, no se ve la más
mínima escoriación ni equimosis, a no ser la huella que hemos
reseñado con anterioridad y que sólo se ve en un muslo.
RECONOCIMIENTO INTERNO:
Procedemos a la práctica de apertura de cavidades con el resultado
siguiente:
Cavidad craneal.- Correspondiente a la herida contusa, descrita exteriormente,
resalta una fractura estrellada y conminuta del frontal, que se extiende
a la porción escamosa del temporal y parietal derecho hacia donde
se irradia. Levantada la bóveda craneana, se observa la rotura de
las meninges y una hemorragia masiva de vasos meníngeos y cerebrales.
Cavidades torácica y abdominal.- Los pulmones están normales
y sin la menor manifestación de asfixia por sumersión: corazón
con sangre abundante de color normal y ausencia de coágulos. En
estómago e intestinos ausencia de agua.
CONSIDERACIONES MÉDICO FORENSES:
Tenemos la seguridad absoluta de que la causa de la muerte ha sido la hemorragia
cerebral, por fractura de cráneo y que para nada ha influido la
sumersión. Ante los serios problemas que el caso puede ofrecer,
requerimos la presencia del Magistrado en el Depósito (táctica
que llevamos en todos los casos dudosos para la demostración a la
vista, de todo lo que hemos de reseñar), presentándose inmediatamente
y dándole cuenta de nuestras conclusiones, que son las siguientes:
En primer término le enseñamos la huella del muslo, indicándole
que ha sido producto del choque del cadáver contra pilares de piedra
de sillería y que tiene todas las caracteríísticas
de haberse producido post-mortem.
La segunda conclusión es: Que la herida de la cabeza es la única
que tiene caracteres de vitalidad y que puede ser consecutiva a una precipitación
desde bastante altura o producto de una agresión y después
el cadáver haber sido arrojado al canal, cosa que no nos parece
tan verosímil.
En tercer lugar: Que todas las fracturas conocidas, excepto la del frontal,
han sido producidas después de la muerte; delante de él procedemos
a la apertura de alguno de los focos de fractura, encontrando en los mismos
ausencia de hemorragia, así como la no presencia de lesiones externas
en la superficie corporal, que coincidan con estas fracturas, cosa imposible
al haberse producido en vida; añadimos que las fracturas las creemos
producto del arrastramiento del cadáver con gran violencia sobre
pilares o superficies irregulares y consecuencia de la fuerza de la corriente
de agua.
No podemos menos de darnos cuenta de la perplejidad del Juez ante nuestras
conclusiones y de las dudas que le producen, y que también nosotros
hemos tenido, hasta que hemos podido concretar. Para poder darse idea del
contraste entre nuestras conclusiones y las características de los
canales de riego, hemos de hacer constar que todos ellos son idénticos,
todo lisos, construídos de cemento, de una altura total de tres
metros del borde al fondo, que tienen unos ocho kilómetros desde
su iniciación hasta el lugar en que apareció el cadáver,
que los puentes que existen son pasarelas sin pilar alguno, que no existen
en las márgenes de los mismos sitio alguno que tenga una altura
superior a la que anteriormente hemos indicado y que cada dos o tres kilómetros
existen casetas de subdivisión de aguas, que antes de la toma tienen
un enrejado para impedir el paso de objetos voluminosos o materiales arrastrados.
Por lo que llevamos expuesto, no nos ha de extrañar las dudas que
originan nuestras conclusiones, ya que parece ser imposible que la lesión
mortal se haya podido producir en este medio, por ausencia de lugar adecuado
para poder precipitarse y la dificultad de producción de las fracturas
por la consecuencia del arrastramiento del cadáver en esta superficie
lisa y regular. Todas estas consideraciones nos son hechas por el Ilustre
Sr. Magistrado y nosotros, que hasta entonces, desconocemos el curso del
canal, insistimos en que es difícil encontremos otra solución
para lo que hemos visto, e indicamos la conveniencia de llevar a cabo la
inspección ocular del trayecto de la acequia.
Recorremos todo el canal, partiendo del sitio en donde apareció
el cadáver, sin que podamos encontrar nada de particular en relación
con nuestras conclusiones, y llegamos a la gran presa que sirve de toma
al mismo, distante ocho kilómetros del punto de partida. En esta
presa existe un azud con un salto que permite que permite la distribución
ordenada de los canales; este salto tiene bastante altura y la distribución
se hace por intermedio de unos pilares de piedra labrada; nos percatamos
que todas las fracturas de los huesos largos han tenido que producirse
allí, y que el lugar en que ha tenido que quedar en el cadáver
la huella de piedra sillera es aquel; por lo tanto, tenía que venir
arrastrado del río. ¿Pero cómo ha entrado allí?.
Cerca del azud descrito, hay un puente de gran altura y pensamos, lógicamente,
que del mismo pudo precipitarse la autopsiada; desde luego indicamos al
Juez la posibilidad de ello, pero sin ningún carácter de
fijeza, pues la lesión de la cabeza, que ha sido la causa de la
muerte, también ha podido ser producida por agresión, como
ya anteriormente hemos indicado.
Comienza la indagatoria, que da como consecuencia lo siguiente: En primer
término la identificación de la víctima, vecina de
aquellos alrededores y que vivía en una masía a unos cien
metros del puente; en aquella mañana (nos referimos al día
del suceso), fue vista por los alrededores del puente; comprobamos que
dicho día ya no acudió a su domicilio a comer; de claran
varios testigos que por la tarde en el río vieron un bulto negro
que parecía un cadáver, vestido con ropas de dicho color;
que al atardecer hubo una gran tormenta y que en breve tiempo aumentó
el caudal del río, produciéndose una gran avenida.
Después de todo se vio claro lo que inicialmente no lo era más
que para nosotros. Lo verosímil, y que para nada se contradice con
nuestras conclusiones, es que la víctima se arrojó desde
el puente al río. Que se vio su cadáver sobre las aguas del
mismo en la presa; que si no hubiera sido por la riada que hubo, no podía
haber entrado en el azud, ya que allí las aguas están quietas
y hubiera sido extraída en este mismo lugar, por imposibilidad de
progresar. Que horas después de haber muerto y de encontrarse en
el río, fue cuando se produjo la avenida y, como consecuencia, el
cadáver fue introducido en el azud y batido contra los pilares del
mismo, produciéndose las fracturas y por ello vimos claro que tenían
los caracteres de haberse producido post-mortem.
Se podrá suponer la inmensa satisfacción que nos produjo
el poder comprobar todas nuestras afirmaciones, como consecuencia de la
inspección ocular, ya que si no se hubiera hecho, a cuantos trastornos
hubiera dado lugar y cuántas dudas hubieran quedado en el ánimo
de todos, ya que el informe de autopsia parecía estar en contraposición
con toda lógica, dado el medio inicial con que nos encontramos.
¿Qué hubiera sucedido si no hubiéramos diferenciado
exactamente las lesiones vitales, de las post-mortem?. A la consideración
de todos queda la respuesta.
- [ Sumario
]